La Historia que nos Roban: URSS vs EEUU, más allá del relato único

Porque quien escribe la historia… es quien gana la guerra mediática.

En la vorágine de la actualidad, dominada por discursos que ensalzan la libertad individual y desprecian lo colectivo, es fundamental detenerse a cuestionar las narrativas hegemónicas. La historia oficial, como bien señaló Eduardo Galeano, es una gran ladrona: nos roba la memoria. Y sin memoria, no hay dignidad ni futuro. Ahora más que nunca, es crucial recuperar una visión crítica del pasado para comprender el presente y construir alternativas.

La dicotomía simplista entre el «mal absoluto» de la Unión Soviética y la «democracia perfecta» de Estados Unidos ha sido una herramienta fundamental de la guerra mediática. Esta narrativa, pulida durante la Guerra Fría y reforzada en las décadas siguientes, oculta tanto los crímenes como los logros de ambos sistemas, sometiendo la complejidad histórica a los intereses del poder.

El Imperio Extractor: Estados Unidos y su «Producción Principal»

Vicente Romano García, en su aguda obra «Estampas» [^1], describe con claridad el mecanismo central del sistema estadounidense: la extracción sistemática de plusvalías a escala planetaria. Este proceso no es un accidente, sino la base misma de su funcionamiento. Como apunta Romano, citando a J. A. Gaiarsa, se trata de una «producción principal» basada en el expolio y el control de recursos y mercados ajenos [^2].

Este modelo se consolidó claramente tras la Segunda Guerra Mundial. Como destacan Oliver Stone y Peter Kuznick en «The Untold History of the United States» [^3], la muerte de Roosevelt marcó un punto de inflexión. La administración Truman dio inicio a un viraje inequívocamente intervencionista, fundamentado en la Doctrina Truman y ejecutado por organismos como la CIA. Esta institución orquestó decenas de intervenciones encubiertas, apoyó dictaduras y derrocó gobiernos elegidos democráticamente, siempre en nombre de «contener al comunismo», pero en realidad para proteger y expandir los intereses económicos y geoestratégicos estadounidenses.

La represión interna fue también una constante. El macartismo persiguió implacablemente a disidentes políticos, sindicalistas y artistas bajo la acusación de «actividades antiamericanas» [^4]. Programas como COINTELPRO infiltraron, desarticularon y criminalizaron movimientos de derechos civiles, como el de los Derechos Civiles o el de los Panteras Negras. Esta maquinaria de control interno, combinada con la propaganda exterior (a través de instituciones como la USIA, la Voz de América y otras mencionadas por Romano [^5]), buscaba moldear las conciencias tanto dentro como fuera de sus fronteras [^6].

Romano también destaca la contradicción entre la proclamación de libertades y la realidad. En su análisis del «libre flujo de las informaciones», cita a Einstein: “Bajo las condiciones actuales, los capitalistas privados controlan las principales fuentes de información (prensa, radio, enseñanza). Por eso es sumamente difícil y, a decir verdad, totalmente imposible en la mayoría de los casos, que el ciudadano individual llegue a conclusiones objetivas” [^7]. Esta manipulación de la información es clave para mantener el orden establecido.

La URSS: Logros Sociales Silenciados

En contraste, la narrativa dominante presenta a la Unión Soviética como un ente puramente represivo, ignorando sistemáticamente sus logros sociales. Sin embargo, los datos hablan por sí solos. En un lapso relativamente corto, el régimen soviético transformó un imperio semi-feudal en una superpotencia moderna. Erradicó el analfabetismo en una generación, estableció sistemas universales de salud y educación, y redujo drásticamente indicadores como la mortalidad infantil.

Precisamente en materia de salud, la comparación es reveladora. En 1917, la Rusia zarista registraba una mortalidad infantil de aproximadamente 250 por cada 1.000 nacidos vivos [^8]. En contraste, Estados Unidos, a pesar de su desarrollo relativo, tenía una tasa de alrededor de 100 por 1.000 ese mismo año [^9]. El hecho de que la Unión Soviética, partiendo de esa base tan desfavorable y tras las convulsiones de la revolución y la guerra civil, lograra reducir su tasa hasta igualar aproximadamente la de EE.UU. en la década de 1960 (alrededor de 22 por 1.000) [^10] ilustra el enorme esfuerzo y los avances significativos realizados en salud pública. Este logro, sistemáticamente ignorado en la narrativa dominante, contradice la imagen simplista de la URSS como un ente puramente represivo y atrasado.

Estos logros, conseguidos bajo un sistema planificado y con recursos humanos y materiales enormes sacrificados, no invalidan las críticas al autoritarismo estalinista o a las purgas. Sin embargo, silenciarlos convenientemente sirve para mantener la narrativa de que el capitalismo es la única vía viable para el progreso humano. Como apunta Romano, criticar la «petulancia de la vida académica» y ciertos medios de comunicación es necesario para desmontar estos mitos [^11].

Hipocresía Estructural y la Guerra por la Narrativa

Ambos bloques cometieron crímenes. La diferencia radica en cómo se han contado. Estados Unidos ha logrado legitimar, globalizar y ocultar sus intervenciones y represiones gracias a su hegemonía cultural y mediática. La crítica al antisionismo soviético, por ejemplo, se ha utilizado para deslegitimar todo el proyecto, mientras que el antisemitismo estructural estadounidense (cuotas judías en universidades, rechazo de refugiados durante el Holocausto) ha sido sistemáticamente minimizado.

La guerra por la narrativa no se limita al pasado. Hoy se repite en la forma en que se presenta el desprecio por lo público como la única vía legítima. La atomización social, la precarización de los servicios esenciales y el culto a la libertad individual por encima del bienestar colectivo son rasgos del orden neoliberal que se proyectan como ideales, ignorando sus consecuencias reales: desigualdades crecientes, deterioro de los sistemas públicos y una creciente insolidaridad.

Este fenómeno se manifiesta claramente en figuras contemporáneas como el presidente argentino Javier Milei. Su grito de ¡Viva la libertad, carajo! [^12] se ha convertido en himno de una derecha radical que, en nombre de la libertad, recorta derechos sociales, privatiza servicios públicos y desmantela el Estado de bienestar. Mientras se proclama la libertad, se condena a los pacientes oncológicos a la muerte por quitarles medicamentos esenciales. Esta es la lógica perversa del neoliberalismo: la libertad del mercado por encima de la vida misma.

Conclusión: Recuperar la Memoria Crítica

Recordar que la URSS logró alfabetizar a toda su población, construyó un sistema de salud accesible y convirtió la ciencia en una prioridad estatal no es nostalgia. Es justicia histórica y un acto de resistencia contra la narrativa única. Es exigir reconocer que otro mundo es posible, que la cooperación y la planificación pueden lograr lo que el mercado no logra: garantizar derechos universales como la salud, la educación y la dignidad.

En un mundo donde se proclama la libertad mientras se niegan medicamentos a pacientes oncológicos, donde se ensalza el individualismo mientras se desmantelan los Estados de bienestar, recuperar la memoria crítica es más urgente que nunca. Porque quien controla el relato del pasado, moldea las percepciones del presente y del futuro. Y esa guerra mediática, la que define qué historia contamos y cómo la contamos, sigue librándose hoy.


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